martes, 27 de abril de 2010

Convivencia en El Ostional

Sin apenas tiempo para descansar y sin deshacer del todo nuestras mochilas, las volvemos a cargar para el que será nuestro último destino dentro de Nicaragua: El Ostional.

Tomamos fuerzas para afrontar nuestro último madrugón y nos marchamos de camino al departamento de Rivas, al sur del país, haciendo nuestra primera parada en la ciudad turística de San Juan del Sur, un lugar bastante americanizado y urbanizado, preparado para el turismo de playa masivo, sobre todo de jóvenes.




En este vídeo podréis ver algo del lugar que hablo, en el que a modo de “premio” nos regalaron unas horas de baño y una exquisita comida antes de dirigirnos a nuestro destino final.

En la orilla de esta playa nos encontramos un pez globo, era el primero que había visto en mi vida; destacar que tiene una especial forma de defensa que lo diferencia de manera muy concreta. Cuando se siente amenazado se hincha llenándose de agua, de tal manera que su ingesta sea imposible para los depredadores.



Tras la comida tuvimos un tiempo de relax y de nuevo nos subimos a nuestro microbús, ya si, camino del Ostional, una bonita comunidad de gente rural encantadora y con un gran potencial turístico, que cuenta con impresionantes paisajes, vistas panorámicas y representa la posibilidad de compartir la cultura de un pueblo costeño del Pacífico nica.


Un lugar bendecido por dioses aborígenes, tocado con la magia de la naturaleza y ese toque rural de gente que compatibiliza la pesca con labores productivas agropecuarias.

Dice la gente que sus primeros pobladores llegaron en 1857, era una pareja originaria, ella de Popoyuapa y él de Nandaime. Por entonces, El Ostional era un lugar poco poblado, perfecto para asentarse en él por las posibilidades de subsistencia que ofrecía. Por supuesto que un lugar tan rico en recursos naturales prestó todas las condiciones para que la población fuera creciendo y como en casi todas las comunidades rurales, hoy en día la mayoría de sus habitantes tienen algún parentesco, lo que crea un ambiente de familiaridad y por consiguiente, de mucha seguridad.




La historia del Ostional, es la historia de Nicaragua, su cultura, sus costumbres, sus tradiciones, se conservan con el paso de los años, reafirmándose como una comunidad de pescadores, ganaderos y agricultores, que han luchado por su subsistencia, y ahora avanzan hacia su desarrollo, buscando cómo encontrar la armonía con la naturaleza y la convivencia pacífica.


Nada más llegar nos esperaba Elieth, aunque prefiere que la llamemos por su segundo nombre “Eunice”, una joven de 22 años encantadora, estudiante de Comunicación Social, que hizo de guía, acompañante y amiga, durante toda nuestra estancia allí y que desde aquí aprovecho para mandar un saludo.


Bajamos del autobús y nos dirigimos dando un paseo a la casa de sus abuelos, lugar donde nos esperaban muchos de sus habitantes para darnos una inolvidable bienvenida: pequeñas niñas de la comunidad ataviadas con sus mejores trajes para ofrecernos un baile típico de la zona, acompañado de un rico tentempié con jugo de tamarindo.




Tras esta gran acogida, nos fuimos dividiendo en parejas para alojarnos directamente con familias de la comunidad (yo compartí habitación con mi amigo Samuel, donde aparte de mucho calor compartimos risas), y es que parte de la economía del lugar se sustenta con una Red de Turismo Rural Comunitario, a través de la cual, las diferentes familias involucradas se dividen las tareas, unas ofreciendo sus casas para alojarnos, y otras sus comedores para saciar nuestro apetito; dando la oportunidad al turista de conocer en primera persona su modo de vida y de trabajo, así como su cultura y tradiciones.


Este tipo de turismo me llama mucho la atención, ya que en España apenas se acostumbra, quizás porque el ritmo de vida que llevamos nos obliga a exigir condiciones que en los países “en vías de desarrollo” pasan a un segundo plano. Cada vez más nos estamos acostumbrando a alojarnos grandes cadenas hoteleras que nos ofrecerán mucho lujo, pero que apenas nos aportan riqueza cultural y personal y si por un momento reflexionamos, quizás esto sea lo verdaderamente enriquecedor de un viaje.


Decir que este pueblo está en la costa, exactamente en la frontera con Costa Rica, por lo que goza de playas preciosas y casi inhabitadas, prácticamente solas para nuestro disfrute. La primera noche fuimos a una de ellas, y nada más llegar nos topamos con numerosos habitantes y no humanos precisamente...miles de cangrejos ermitaños que la recorrían y que visualizamos gracias a nuestras linternas.

Mientras unos cuantos buscaban palitos para hacer una hoguera, otros nos animamos y nos fuimos directamente al agua. Una oportunidad así no podíamos desperdiciarla: solos ante el imponente pacífico y de testigo un gran manto de estrellas que nos vigilaba desde el cielo. Para mí fue el primer baño nocturno que he tenido en una playa, y he de reconocer que me sentó genial, era una sensación de inseguridad pero a la vez de relajación total, iluminados únicamente por alguna que otra luciérnaga.

Por la mañana nos levantamos como nuevos, y nos fuimos con Eunice a recorrer el pueblo, donde conocimos la distribución de sus casas, la escuela, la iglesia, el centro de salud, y donde apreciamos que este pueblo en nada se parecía a otros que habíamos visitado, donde no tenían ni accesos dignos. Posteriormente llegamos a un lugar donde cruzamos un estero en el que habitaba un temido cocodrilo, para luego desembocar ante el gran pacífico.




Una vez allí, nos esperaban dos guías con una lancha en la que nos llevaron hasta Guacalito, una de las playas vírgenes que rodeaban la costa. Allí pudimos bañarnos sin la mirada de ningún ojo avizor, ya que a esa playa sólo se llegaba por mar y en ella no habitaba nadie.


El resto del día lo aprovechamos para charlar con gente del pueblo, que nos abrieron las puertas de sus casas como si fuésemos de su familia, y poder así conocer de primera mano qué cosas positivas y negativas tenía el vivir en un lugar algo alejado de la civilización, donde sólo hay agua durante la mitad del día en una zona del pueblo, y la otra mitad del día en la otra zona, donde muchas veces se quedan varios días sin electricidad y donde no hay ningún tipo de red de comunicaciones. Hechos que para ellos son tan normales y que a nosotros nos cuestan tanto aceptar.


Esa noche nos regalaron otra fiesta cultural, donde nos tocaron su música y nos ofrecieron una bebida típica: el “tibio”, a base de maíz y cacao, especie de jugo que ha sido la base alimenticia de los más pequeños. A esta fiesta se sumaron jóvenes del pueblo, con los que tras echar unos bailes nos fuimos de nuevo a la playa.

Esta vez nos acompañaban junto con Eunice y más chicos, Irvin y Marvin, dos jóvenes que trabajaban de guías en el pueblo haciendo tours con kayaks, pesca submarina, paseos a caballo y aparte velaban por la seguridad y custodia de las miles de tortugas que cada mes se acercaban a las playas de la zona a desovar.

A través de la ONG Paso Pacífico, estos chicos trabajaban diariamente día o noche durante 12 horas seguidas, vigilando playas de la zona con el fin de evitar que los ladrones de huevos de tortuga acabasen con la especie y es que, según nos contaban, esos huevos eran exquisitos y bastantes cotizados en los restaurantes.


A pesar de su duro trabajo, me encantaba ver cómo amaban esta forma de vida. Vivían por y para el mar. Y gracias a ellos, tuve la suerte de poder ver un espectáculo que hasta el momento sólo había visto por la tele: ver a una inmensa tortuga marina poniendo huevos en la arena, mientras un hombre se los iba quitando uno a uno, devastando el ciclo de vida de ese animal, hecho que a todos nos entristeció bastante.

En ese paseo nocturno también pudimos ver algo que tampoco había visto nunca, sólo en los dibujos de “Bob Esponja”, y era su gran enemigo “Plancton”, organismos diminutos de color verde fluorescente que iluminaban la arena mojada de la oscura noche.

Fue una noche que no olvidaremos, ya que el entorno, el lugar y la gente hicieron que así fuese.

El día siguiente, después de coger fuerzas con el desayuno que os enseño en el vídeo, lo empleamos para trabajar en nuestros proyectos y adelantar todo el trabajo atrasado, volviendo una vez más por la noche a la playa para relajarnos. Y el último día llegó con algunas caras de alegría, y con la mayoría de tristeza, ya que poníamos fin a nuestra última convivencia con gente nica. Gente que nos abrió sus puertas desde el primer momento y que nunca nos las cerrará, sin duda, personas que jamás podré olvidar.




Después de comer vinieron las despedidas y algún que otro recuerdo por parte de los habitantes del Ostional, recuerdos que guardaré para siempre en mi memoria, porque la huella que han dejado en mí, jamás se borrará.

Sin más nos montamos en el microbús y nos despedimos del último lugar que ha formado parte de nuestro viaje, un lugar alejado del bullicio y de la civilización, en el que no hay ni habrá cobertura para los móviles, ni ordenadores, pero donde la hospitalidad y la felicidad se pueden hasta abrazar.


Realmente es para reflexionar...

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